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En estos días, por todas partes, sólo se oyen confesiones de errores. Importantes políticos se arrodillan ante los confesonarios de los diarios de gran tirada, se dan golpes en el pecho, afirman frenéticamente que se han equivocado. Sin embargo, nunca dicen "me he equivocado". Siempre "nos hemos equivocado". Y jamás ocurre que el cura-entrevistador pregunte, como los curas curas, "¿cuántas veces, hijito?".
Muchos errores. Y muchas veces. Que el lector intente hacer una lista y saque luego la suma. Una larga lista; y sería mucho más larga si los penitentes no prefirieran arrancar de 1968. Es una suma terrorífica. Una suma que aproximadamente -aproximadamente por defecto, claro- corresponde a los problemas que hoy tenemos frente a nosotros.
Ahora bien, si cada uno de los que se confiesan dijera "yo me he equivocado", tal ver sería sencillo darle la absolución a cambio de que se encuentre un buen retiro, de que se aparte de la condición y del papel en que ha estado equivocándose. Pero el nosotros complica tremendamente las cosas. ¿Es un nosotros restringido a un nosotros amplio, tan amplio para incluir partidos enteros y todos aquellos que han votado por dichos partidos?
Si es un nosotros amplio, no sólo creo que la confesión no vale sino que es precursora de otras inútiles confesiones. Mucho mejor, también en este caso, tomar lecciones de la Iglesia católica: creo que no admite confesiones con el nosotros.
LEONARDO SCIASCIA
Negro sobre negro. (1979)
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