NIÑO MONTADO EN EL TIOVIVO.
La plataforma con los solícitos animales gira casi a ras del suelo. Tiene la altura ideal para soñar que se está volando. Ataca la música, y el niño se aleja, dando tumbos, de su madre. Al principio tiene miedo de abandonarla. Pero luego advierte lo fiel que es a sí mismo. Cual fiel soberano, gobierna desde su trono un mundo que le pertenece. En la tangente, árboles e indígenas hacen calle. De pronto, en algún oriente, reaparece la madre. De la selva virgen surge luego la copa de un árbol tal como el niño la vio hace ya milenios, tal como acaba de verla ahora en el tiovivo. Su animal le tiene afecto: cual mudo Arión va el niño montado en su pez mudo, un toro-Zeus de madera lo rapta como a una Europa inmaculada. Hace ya tiempo que el eterno retorno de todas las cosas se ha vuelto sabiduría infantil, y la vida, una antiquísima embriaguez de dominio con el estruendoso organillo en el centro, cual tesoro de la corona. Al tocar éste más lentamente, el espacio empieza a tartamudear y los árboles, a volver en sí. El tiovivo se convierte en terreno inseguro. Y aparece la madre, ese poste tantas veces abordado, en torno al cual, el niño, al tocar tierra, enrolla la amarra de sus miradas.
WALTER BENJAMIN
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