miércoles, 8 de julio de 2015

RIMBAUD Y NOSOTROS







Más de una vez he dicho que, pese a las apariencias, la obra de Rimbaud ha modificado la vida moral de las personas en un sentido más extenso, más profundo y, sobre todo, más duradero que la obra de otros que aspiraban a incidir sobre la vida diaria de otra forma. Por ejemplo, la influencia de Rousseau en la vida contemporánea, en la vida desde la Revolución Francesa a hoy, o la influencia incluso de Marx, han sido muy extensas, pero menos profundas que la de Rimbaud y, sin duda, serán menos duraderas. Porque la influencia de Rousseau o de Marx podía, en el mejor de los casos, aspirar a cambiar circunstancias externas de la vida de la gente. Y esto, por importante que sea, no es imperecedero, porque va unido a una situación social concreta que evoluciona y que, en cualquier caso, no atañe a la vida moral de cada individuo, no atañe profundamente a ella. El caso de Rimbaud, en cambio, no tiene ninguna pretensión política y social inmediata, pero sí una pretensión moral muy profunda, pero no se realizó en vida de Rimbaud, se realizó mucho más tarde. Como todos sabemos, se realizó sobre todo en el siglo XX. Sin embargo, esto es lo que diferencia a Rimbaud de los demás, de los que le rodean en su tiempo, no de Lautréamont, que es otro caso, pero sí de Mallarmé e incluso de Baudelaire.
Mallarmé y Baudelaire, por grandes que sean, son, en definitiva, sólo escritores; es mucho ser sólo un escritor, no es poco, son grandes escritores. Pero Rimbaud es algo más, Rimbaud es alguien que atañe a las zonas más profundas de la conciencia de cada individuo, no únicamente, como en el caso de Mallarmé, a las formas relativas, a la forma de la expresión verbal; no únicamente, como en el caso de Baudelaire, a su moral privada. No, Rimbaud atañe incluso a la noción de identidad de cada individuo, atañe en definitiva a su relación con el mundo exterior, de ahí que mencione la recuperación de lo sacro. Rimbaud, sin embargo, tenía en su palabra la misma fe que puede tener -no exagero- el salvaje en la luz eléctrica. Es decir, el salvaje cree, o creía -el buen salvaje de los cuentos proverbiales- que el conmutador encendía la luz eléctrica y, por tanto, el pequeño conmutador era el dios del fuego. Algo así le ocurre a Rimbaud, es consciente, en la medida en que podemos nosotros captarlo, de que posee no sólo unas cualidades verbales excepcionales sino, sobre todo, de que ha encontrado un lenguaje que nadie a su alrededor posee y con el que puede decir cosas que nadie puede decir, y en efecto, nadie las dice. Pero cree que esto ha de tener un efecto tan inmediato como el conmutador de la luz. No es así: el adelanto que lleva Rimbaud respecto a su tiempo, que es inmenso, que no se mide por años, ni siquiera por décadas, sobrepasa en mucho la espera que puede tener un muchacho impaciente de diecinueve o veinte años que sabe que ha descubierto algo importante.
Todo coincide en hacernos creer que Rimbaud deja de escribir por dos motivos. Por una parte, porque su ciclo evolutivo había cumplido una curva completa, es de un tipo total. No parece que después de lo que escribe haya otra cosa que lo mismo que está escribiendo, salvo la página en blanco. Su obra está hecha, hay otros casos de ello, hay otros poetas que han terminado su obra; Eliot terminó su obra en un momento dado, escribió los Cuatro cuartetos y no escribió más poesía. Rimbaud la termina mucho más temprano. Por otra parte, la obra de Rimbaud no surte un efecto fulminante en sus contemporáneos; no, no es una revelación. Él, que sabe que es un vidente, de pronto ve algo que nadie más observa. De ahí que pase luego a una actividad mercantil, en Abisinia -como todos sabemos-, porque piensa que así podía incidir sobre el mundo visible, sobre el mundo tangible, ya que le ha abandonado la fe en la palabra. Y, efectivamente, haciendo operaciones mercantiles de la naturaleza que sea en Abisinia, incide sobre el mundo real, pero de una forma muy pobre. Es decir, una operación o una transacción comercial modifica el mundo visible, mientras que un poema no leído, no comprendido, no lo modifica. Allí Rimbaud es víctima, quizá, de su propia grandeza. Por una parte su obra ha terminado, por otra, no alcanzará en vida a ver la eficacia de esta obra. La eficacia de esta obra no está en los contemporáneos de Rimbaud, está en las personas que desde 1920 en adelante, los surrealistas y sus herederos, hemos vivido -y hablo en plural porque yo me incluyo en ello- del ejemplo y el reto de Rimbaud.

Pere Gimferrer
Rimbaud y nosotros

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