sábado, 22 de noviembre de 2014

ALMA TÍMIDA


Quiera el cielo que el lector, animoso y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno; pues, a no ser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual equivalente por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro impregnarán su alma, igual que el agua impregna el azúcar. No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán; solamente a algunos les será dado saborear sin riesgo este fruto amargo. Por lo tanto, alma tímida, antes de penetrar más en semejantes landas inexploradas, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante. Escucha bien lo que te digo: dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante, del mismo modo que los ojos de un niño se apartan respetuosamente de la augusta contemplación del rostro maternal; o, mejor, como un ángulo, extendido hasta donde alcanza la vista, de grullas friolentas y meditabundas que durante el invierno vuelan briosamente a través del silencio, a toda vela, hacia un punto determinado del horizonte, de donde parte repentinamente un viento extraño y violento, precursor de la tempestad. La grulla más vieja, convertida en avanzada solitaria, al ver esto mueve la cabeza —y a continuación hace crujir también su pico— como una persona razonable que no se siente satisfecha (yo tampoco lo estaría en su lugar), mientras su viejo cuello desplumado, contemporáneo de tres generaciones de grullas, se agita en ondas exasperadas que presagian la tormenta cada vez más próxima. Después de arrojar, demostrando sangre fría, repetidas miradas a todos lados, con ojos saturados de experiencia, muy prudentemente, y la primera de todas (pues ella tiene el privilegio de mostrar las plumas de su cola a las otras grullas inferiores en inteligencia), con su grito alertador de centinela melancólico que hace retroceder al enemigo común, gira con flexibilidad la punta de la figura geométrica (podría ser un triángulo, pero no se ve el tercer lado que forman en el espacio esas curiosas aves de paso) sea a babor, sea a estribor, como una hábil capitana; y, maniobrando con alas que no parecen mayores que las de un gorrión, como no es estúpida, emprende así un nuevo camino filosófico y más seguro.
LAUTREAMONT

En Cantos de Maldoror, Canto primero
Traducción: Aldo Pellegrini

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