domingo, 15 de noviembre de 2015

HOMO DUPLEX, HOMO DUPLEX !




Cuando Alphonse Daudet tenía dieciséis años murió su hermano Henri, y su padre profirió un alarido: “¡Ha muerto! ¡Ha muerto!”. Daudet -escribiría más tarde- fue ya en ese momento consciente de su reacción disociada ante la escena: “Mi primer Yo lloraba, pero mi segundo Yo pensaba: “¡Qué tremendo alarido! ¡Quedaría fantástico en un escenario!”. A partir de entonces sería un “¡homo duplex, homo duplex!”. “A menudo he pensado en esta espantosa dualidad. Mi terrible segundo Yo siempre está ahí, sentado en una silla, observando, mientras mi primer Yo se levanta, actúa, vive, sufre, se debate. A este segundo Yo jamás he podido emborracharlo, o hacerlo llorar, o dormirlo. ¡Y con qué profundidad ve las cosas! ¡Y de qué manera se mofa de ellas!”.
“El artista, a mi modo de ver -escribió Flaubert-, es una monstruosidad, algo externo a la naturaleza.” Daudet, en efecto, se siente un monstruo al reflexionar sobre ello; su condición de escritor le produce casi repugnancia. Algunos escritores logran dormir a su segundo Yo, o emborracharlo; otros son menos constantemente conscientes de su presencia; y otros poseen un activo y efectivo segundo Yo al tiempo que un primer Yo indigno y tedioso. Tiene razón Graham Greene cuando afirma que el escritor necesita una pizca de hielo en el corazón; pero si el hielo es demasiado o la pizca le enfría demasiado el corazón, su segundo Yo no tiene nada -o nada interesante- que observar.
Julian Barnes
Prólogo de En la tierra del dolor de Alphonse Daudet

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