martes, 6 de octubre de 2015

LA MUERTE DE IVAN ILLICH




De pronto le quedó claro que aquello que le atormentaba y de lo que no conseguía
desembarazarse salía de una vez por todas, y lo hacía por dos lados, por diez lados, por todos los
lados. Le daba pena de ellos, tenía que intentar que no sufrieran. Liberarlos y liberarse a sí mismo de
esos sufrimientos. «Qué bien y qué sencillo —pensó—. ¿Y el dolor? —se preguntó—. ¿Adónde se ha
ido? Eh, dolor, ¿dónde estás?»
Se quedó a la escucha.
«Sí, allí está. Bueno, que venga.»
«¿Y la muerte? ¿Dónde está?»
Buscó ese temor a la muerte que le había acompañado a lo largo de toda su vida y no lo encontró.
¿Dónde estaba? ¿Qué muerte era esa? Ya no albergaba ningún temor porque la muerte no existía.
En su lugar había surgido una luz.
—¡Entonces es así! —exclamó de pronto en voz alta—. ¡Qué alegría!
Todo sucedió en un instante, pero el significado de ese instante ya no cambió más. No obstante,
para los presentes su agonía se prolongó aún dos horas. Su pecho emitía una especie de gorgoteo; su
cuerpo demacrado se estremecía. Después los gorgoteos y los estertores se fueron espaciando.
—¡Ha terminado! —dijo alguien a su lado.
Él oyó esas palabras y las repitió en su alma. «La muerte ha terminado —se dijo—. Ya no existe.»
Tomó una bocanada de aire, se detuvo en mitad de la aspiración, extendió los miembros y se
murió.

LA MUERTE DE IVAN ILLICH

LEON TOLSTOI

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