miércoles, 28 de enero de 2015

POMPAS FÚNEBRES




1 de marzo. Funeral de Schwob. ¿Por qué los hombres de letras no escriben sus propios discursos fúnebres cuando aún están vivos? Sólo les robaría cinco minutos de su vida.
Le gustaba tanto Villon, que vivía en la calle Saint-Louis-en-l’Île. Alguien preguntó a un frutero de esa calle:
– ¿A quíen se llevan?
– A un poeta – dice el frutero.
Una mala definición de Schwob.
El señor Croiset hace un discurso trivial, pero el sonido de su voz hace apreciar a ese viejo profesor.
Me avergüenzo un poco de haber venido sólo con bombín; cierto que Jarry lleva una gorra peluda.
Junto a la tumba, el chino de Schwob, vestido de civil.
Georges Hugo, que ya parece un viejo bien conservado que aún no se ha labrado un rostro con carácter.
Bajan a Schwob a una tumba provisional. Baja, baja hasta el otro mundo.
“Acompáñenme un ratito: me será muy agradable, pero por favor, si tienen miedo de resfriarse no se queden descubiertos. Si hace sol no traigan paraguas. ¿Coronas? Bueno, pero que haya una de laurel.
¡Y no pongan caras tristes, les afean! ¡Cuidado con parecerse a mí!
Además, no digan que tuve buen carácter. Tener buen carácter no es una virtud: es el vicio eterno, y ya saben ustedes cuánto detestaba yo que me incordiasen. Que algunos se emocionen, si pueden. ¡Los demás que sonrían y sean graciosos!”
¿Y por qué tras un discurso fúnebre no se aplaude? Al muerto, que es sordo, no le molestaría, y el orador, que cuando el vecino le devuelve el sombrero no sabe qué hacer con las cuartillas manuscritas, lo agradecería.

Jules Renard
Diario, 1 de marzo de 1905


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