domingo, 17 de julio de 2011

CORTÁZAR Y ANTONIONI



LAS BABAS DEL DIABLO


Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda,
usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no
servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me
duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las
nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus
rostros. Qué diablos.

Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina
siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un
modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar
es también una máquina (de otra especie, una Contax 1. 1.2) y a lo mejor
puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella-la mujer
rubia-y las nubes. Pero de tonto sólo tengo la suerte, y sé que si me voy,
esta Remington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de
doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven.
Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es
que todo esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy
menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo
pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde
gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata
de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna
manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del
comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere
contar algo).

De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a
preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente
por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece
que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en
seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo
hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién
entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo
sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y
contar, porque al fin y al cabo nadie se averguenza de respirar o de ponerse
los zapatos; son cosas, que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro
del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio
roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la
oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo,
siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago........................

JULIO CORTÁZAR

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