domingo, 30 de septiembre de 2012

LA PEREZA


LA PEREZA
El alma adora nadar.

Para nadar es necesario extenderse sobre el vientre. El alma se disloca y parte. Se va nadando. (Si su alma se va cuando está usted parado, o sentado, o con las rodillas flexionadas, o los codos, con cada diferente posición corporal, el alma partirá con un comportamiento y formas diferentes, es lo que desarrollaré más tarde.)

A menudo se habla de volar. No es eso. Lo que hace es nadar. Nada como las serpientes y las anguilas, jamás de otra manera.

Es así que muchas personas poseen un alma que adora nadar. Se les llama vulgarmente perezosos. Cuando el alma abandona el cuerpo por el vientre para nadar, se produce tal liberación de no sé qué, es un abandono, un goce, una relajación tan íntima.

El alma se va a nadar en el hueco de la escalera o en la calle siguiendo la timidez o audacia de un hombre porque ella siempre conserva un hilo de ella a él y si este hilo se rompiese (en ocasiones se hace muy tenso pero es necesaria una fuerza pavorosa para romper el hilo), sería terrible para los dos (para ella y para él).

Cuando ella está ocupada nadando lejana mediante este simple hilo que une al hombre al alma se cuelan volúmenes y volúmenes de una especie de materia espiritual, como lodo, como mercurio o como un gas –goce sin fin.

Es por esto que el perezoso es incorregible. No cambiará nunca. Es por esto que la pereza también es la madre de todos los vicios. Porque… ¿quién es más egoísta que la pereza?

Tiene fundamentos que el orgullo no tiene.

Pero la gente se ensaña con los perezosos.

Mientras ellos están acostados se les golpea, se les arroja agua fría en la cabeza, rápidamente deben traer su alma. Entonces ellos lo miran con esa mirada de odio que se conoce bien y que se ve sobre todo en los niños.

HENRI MICHAUX La nuit remue, 1935 / Traducción: Carlos Estela





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