lunes, 11 de octubre de 2010

MARGINALIA




Para conversar bien necesitamos el frío tacto del talento; para disertar bien, el brillante abandono del genio.

Empero, los hombres de altísimo genio disertan a veces muy bien y a veces muy mal;

bien, cuando tienen tiempo sobrado, amplio campo y un oyente comprensivo; mal, cuando temen las interrupciones y los fastidia la imposibilidad de agotar el tema en una conversación.

El genio parcial es intermitente, fragmentario. El auténtico genio tiembla ante lo incompleto, la imperfección y, por lo regular, prefiere el silencio antes de decir aquello que no es todo lo que debería decirse.

Está tan colmado por su tema que se queda callado, primero por no saber cómo empezar, allí donde parece haber eternamente un comienzo detrás de otro, y segundo, al percibir que su verdadero fin se halla a distancia tan infinita.

A veces, abordando una cuestión, se equivoca, vacila, se interrumpe, se apresura, y como ha sido arrollado por la rapidez y la multiplicidad de sus pensamientos, sus oyentes sonríen irónicamente ante su inhabilidad para pensar.

Un hombre tal se halla en su elemento en esas "grandes ocasiones" que confunden y humillan el intelecto medio.

De todos modos, la influencia del conversador sobre la humanidad, mediante su conversación, es más marcada que la del disertante con su disertación; este último diserta invariablemente mejor con la pluma.

Y los buenos conversadores son más raros que los disertantes respetables.

De estos últimos conozco muchos, pera sólo cinco o seis de los primeros, entre los cuales recuerdo en este momento a Mr. Willis, Mr. J. T. S. Sullivan, de Filadelfia; Mr. W. M. R., de Petersburg, Va., y la señora S...d, en un tiempo en Nueva York.

La mayoría de los conversadores nos inducen a maldecir nuestra estrella por no habernos hecho nacer en el pueblo, africano mencionado por Eudoux, el de aquellos salvajes que, por carecer de boca no la abrían jamás, naturalmente.

Y, sin embargo, si a ciertas personas que conozco les faltara la boca, se las arreglarían para charlar lo mismo..., tal como lo hacen hoy: por la nariz.

Edgar Allan Poe

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