domingo, 25 de abril de 2010

EL PASEANTE




Es posible que el paseo sea la forma más pobre de viaje, el más modesto de los viajes.

Y, sin embargo, es uno de los que más decididamente implica las potencias de la atención y de la memoria,

así como las ensoñaciones de la imaginación y ello hasta el punto de que podríamos decir que no puede cumplirse auténticamente como tal sin que ellas acudan a la cita.

Pasado, presente y futuro entremezclan siempre sus presencias en la experiencia del presente que acompaña al paseante y le constituye en cuanto tal.

El paseo es un empleo del tiempo que nos lleva al encuentro de nuestra existencia,

y pasear un proyecto que nos libera de todo proyecto.

Se trata de reivindicar la dignidad y el valor de lo singular, lo fugitivo, lo transitorio, lo efímero,

salvándolo del cerco amenazador reduccionista.

"La gente vuelve muda de la guerra" -constata, entre asombro y escándalo, en "Experiencia y pobreza"-.

Y obviamente, lo que aquí defiende el paseante es la dignidad de una experiencia desde la cual la verdad siempre es un trance .

El Paseante sale al encuentro de aquello que sólo cuando se encuentra se sabe que ese estaba buscando.

"yo no busco, encuentro" de ese infatigable "buscador" que fue Picasso.

Podríamos decir que el Paseante sale a la captura de instantes o de rostros -de los rostros del instante;

de un presente que, de pronto, nos ofrece su rostro.

Para capturar el rostro del instante es necesario poner en obra esa atención flotante y sin plan

de la que es incapaz el que busca construir en edificio su experiencia.

P.. Handke: "Cuando observo (en lugar de contemplar) apago los colores del mundo"

El Paseante busca el encuentro con un presente que le ofrezca su rostro -es un cazador de rostros,

como otros tantos mundos posibles, como otras tantas posibilidades de mundo.

Tal es la definición que da Benjamín de la experiencia del aura:

dejar que las cosas levanten la mirada, devolverles a las cosas el derecho a tener rostro.

Buchner, en ese bellísimo paseo que es Lenz , escribe:

"Continuó: la naturaleza más simple, más pura se relaciona próximamente con la elemental,

mientras más finamente sienta y viva espiritualmente, tanto más abúlico se haría este sentido elemental;

no lo considera un alto estado, no es suficientemente independiente, pero cree que debe ser un infinito sentimiento de deleite al ser tocado así por la vida peculiar de cada forma:

tener un alma para piedras, metales, agua y plantas;

recibir como en sueño cada ser de la naturaleza como las flores reciben el aire con el crecimiento y el decrecimiento de la luna"

La ausencia de presión del sujeto sobre el objeto que caracteriza la experiencia del Paseante

se corresponde con un tipo específico de memoria:

la memoria involuntaria -la emergencia de aquello que nos fuerza a recordar:

"esa fuerza rejuvenecedora que ha surgido durante el amargo envejecer"-.

Por ello también el paseante nada tiene que ver con el turista por más culto que éste pueda ser,

ni con el simple cazador de souvenirs.

Porque el modelo de libertad en el que Benjamín sueña nada tiene que ver con la edad adulta de la razón, siempre póstuma, y sí con alguna suerte de infancia resucitada.

Porque el Paseante siempre pasea con su niño, es siempre el niño que fuimos quien pasea.-

Porque el paseo modélico siempre será una tarde de novillos.

Como decía Zarazustra al final de su peregrinación, uno sólo se experimenta a sí mismo.



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